Mi peor experiencia fue en Chile, aunque fue culpa mia y no de la aerolínea. 
Sucedió en el segundo viaje que hice a España mientras vivía allí, con Lan airlines (ahora Latam).
Como era un poco más barato, compré un vuelo con escala en Argentina que, como pasa generalmente en esta combinación de trayectos, incluía un cambio de aeropuerto en Buenos Aires, por lo que era una escala bastante larga.
Mi chico y yo llegamos al aeropuerto una tres horas antes de la salida del vuelo, prevista para las 8:15 de la mañana. Sacamos nuestras tarjetas de embarque en el mostrador de Lan y fuimos a pasar el control policial correspondiente. Al entregar mis papeles observé que el policía de la ventanilla tardaba más de lo normal, aunque al principio no le di importancia. Unos minutos después, cuando mi novio ya había entrado y me estaba esperando al otro lado, el policía se excusó y se marchó de su sitio llevándose con él todos mis papeles.
Volvió poco tiempo después y me pidió que le acompañase, que había algo que no estaba en orden y tenía que revisar mi caso con la jefa de la PDI (Policía de Investigación) del aeropuerto. 
Una vez allí la jefa me explicó que mi visa estaba caducada y no me podían dejar salir del país, y ahí fue cuando me entró el pánico. Después de unos 20 minutos de súplicas, llantos y gritos, finalmente me comunicaron que la única manera de que me dejasen pasar esa barrera era con un sello del Departamento de Extranjería y Migraciones, situado en el centro de la ciudad, a unos 40 minutos en taxi del aeropuerto.
Dejé a mi chico con las maletas en el mostrador de Lan, para intentar cambiar nuestro primer vuelo por uno que saliese un poco más tarde, y cogí el primer taxi que vi al salir del aeropuerto.
Eran ya las 7:40 de la mañana, Extranjería abría a las 8:00 y nuestro vuelo salía a las 8:15.
Conseguí llegar al centro unos minutos antes de las 8, con la suerte de que ya habían abierto las puertas de
Extranjería y, además, estaba vacío (generalmente las colas que se forman son de varias horas de espera). Al ver mi nivel de estrés me atendieron enseguida y en menos de un minuto tenía puesto el sello en mis papeles.
A toda prisa salí del edificio y cogí nuevamente el primer taxi que encontré. Después de contarle al conductor la situación y que su respuesta fuera: “no te preocupes, soy conductor de micro” (en Santiago de Chile a los autobuses se les llama micros. Hace unos años había un sistema de pago en efectivo que hacía que los conductores compitiesen entre ellos por hacer antes su recorrido, conduciendo por la ciudad rápida e irresponsablemente. Hoy en día el sistema es otro, pero aún se mantiene ese gusto por la conducción temeraria entre los autobuseros), consiguió dejarme en la puerta del aeropuerto a las 8:10, algo que aún hoy todavía no me termino de creer.
Entre tanto, mi chico me había escrito que no era posible cambiar los billetes y que me esperaría en la puerta de embarque para tratar de retrasar la salida del vuelo.
Corriendo al máximo de mi capacidad pasé el control de la PDI casi en segundos, me salté toda la cola del escaneo de objetos personales y, descalza, seguí corriendo hasta la puerta de embarque. Eran las 8:17 en el momento en que vi aparecer a mi novio de pie frente a la puerta de embarque cerrada. Después de todo, habíamos perdido el vuelo por dos minutos…
Cuento corto (como dirían en Chile), terminamos subiendo en el siguiente vuelo de Lan a Buenos Aires, que casualmente aterrizaba en el aeropuerto del que salía nuestro siguiente vuelo, mientras nuestras maletas iban destino a otro aeropuerto de la misma ciudad.
Conseguimos llegar a Madrid, pero sin maletas. Lan no se hizo responsable y tuvimos que pedirle a Iberia (compañía que operaba nuestro segundo vuelo) que las recuperase, algo que hicieron como una cortesía, aunque sin poner demasiado ahínco. Mi maleta llegó a Madrid el día antes de que saliera mi vuelo de vuelta y la de mi novio nos la llevaron a nuestra casa en Santiago unas semanas después de reclamarla varias veces por teléfono.
Para quien tenga tiempo y ganas, esa es mi historia.